miércoles, 16 de marzo de 2011

JOSE MARIA ARGUEDAS

Invito a los gentiles lectores de este blog a leer el blog literario EL HABLADOR. Entre los distintos artículos y crónicas pueden leer esta sobre José María Arguedas.

Evanescentes y eternas representaciones de un fundador
Por Aliza Yanes

Entre vendedores ambulantes de rodajas de piña y sandía, con un sol abrasador en medio de un tráfico rutinariamente pesado, espera estacionada a que se llene de pasajeros la línea 10 –aquella morada y destartalada de los años setenta cuya más conocida sobreviviente es la 10E– en la Plaza Italia, Barrios Altos. Adentro estoy yo abanicándome con un periódico. Mi destino es el Cementerio General de El Ángel, donde durante 34 años estuvo sepultado el cuerpo de una de las personalidades más emblemáticas, influyentes y polémicas del siglo XX en nuestro país: José María Arguedas. A los cien años de su natalicio sonó la alarma del reloj despertador del Tiempo instigándonos, lo quieran algunos o no, a reflexionar en torno al hombre que vivió y sufrió el Perú quizá más que ninguno otro. Su vida, sus libros y su muerte son, independientemente y en conjunto, materia inagotable de disertación y debate, pero pareciera que aquella conversación estuvo aplazada, limitándose los que están vivos a mencionar, sí, su nombre, pero sin adentrarse en el universo literario y cultural que plasmó y dejó para la posteridad. Mi visita a El Ángel es el final de una ruta que sigue las representaciones de la figura de Arguedas en algunos de los homenajes que se han llevado a cabo en su honor. Cuando un personaje público fallece no perdura necesariamente en el imaginario colectivo como quien quiso o intentó ser. En la realidad y el presente constantes, es la interpretación que los otros hacen de sus acciones y creaciones la que, dependiendo, vive o se olvida. ¿Qué ha ocurrido en el caso de Arguedas? En su imagen evocada, en su presencia invisible está la respuesta.

La sala de conferencias está prácticamente llena y, sentado detrás de la mesa sobre el estrado, un reconocido profesor de San Marcos, especialista en la obra de Arguedas, expone con la energía y pasión que lo caracterizan lo siguiente:

A partir del episodio de Cajamarca, donde Atahualpa arrojara al suelo aquella Biblia que le entregó el padre Valverde, se inició el encuentro conflictivo entre oralidad y escritura que devendría en la Conquista y en la aparición de una cultura hegemónica y otra subordinada. Alrededor de esta última se construiría un cerco opresor desde entonces, separando a ambas culturas sin la posibilidad ni la intención de entablar un diálogo. La barrera es la lengua aborigen, la compleja cosmovisión que subyace a ella y la actitud excluyente de Occidente al considerar a los indios inferiores a priori. Para que exista una verdadera comunicación es necesario crear filtros conductores que permitan un intercambio cultural, pequeños resquicios por donde logre escurrirse el pensamiento andino tal cual es, sin ideas preconcebidas que son la evidencia del desconocimiento y la falta de comprensión. Los discursos donde no hay diálogo son fronterizos, y donde se encuentran los filtros conductores son liminales. Arguedas fue consciente de la falta de intercambio debido a la existencia de discursos fronterizos, y su literatura habría buscado una relación más igualitaria entre opresor y oprimido al esforzarse por establecer aquellos filtros. Vista de esta manera su importancia resulta crucial, pues al no haber intercambio cultural la Conquista se entendía como un cuti, voz quechua que denomina relevo de contrarios y renovación, pero al generarse el intercambio se ve como tinkuy, palabra que denomina un encuentro tensional entre dos opuestos. Al momento de aprender del otro, es decir, cuando a través de la letra se dan a conocer la cultura y cosmovisión andinas, el cerco opresor se rompe, lo cual, según Arguedas, cura las heridas y es la única vía posible para el desarrollo del país. En su intento por reconciliar ambos mundos creó, en narrativa, el español quechuizado, y renovó la poesía quechua misma uniendo el haylli (canto que se caracteriza por ser dialógico y enérgico) y el taki (canto no dialógico que posee mayor lirismo) en el canto del hombre andino contemporáneo que va a la ciudad, lugar que le era desde siempre negado. El deseo de mediar entre dos culturas distintas, una que se empeña en imponerse y otra que se esfuerza por permanecer, constituyó una pretensión heroica.

Cuando el expositor hubo acabado, el público se quedó con ganas de seguir escuchándolo.

Una noche indeterminada de la década de 1940, en un pequeño departamento de la plaza San Agustín, en el Cercado de Lima, hombres y mujeres están reunidos entre cuadros de paisajes montañosos y remotos, vasos de licor y cigarrillos. La música de fondo no es la criolla que está de moda y que se escucha en placas de acetato de carbón, sino suenan en vivo cuerdas y vientos exhalando un hondo sentimiento andino. Aquella noche exponen Julia Codesido, José Sabogal, Camilo Blas, Enrique Camino Brent, Mario Urteaga, Carlos Quíspez Asín y Alicia Bustamante. El ambiente despide el trato familiar y cordial de los amigos que se reúnen siempre en el mismo lugar. Es el único local en toda la ciudad en donde se puede escuchar música de la sierra y que exhibe mates burilados, toritos de Pucará, iglesias cusqueñas y retablos ayacuchanos. Arguedas es quien ha invitado a los músicos y los acompaña en la melodía tocando la quena. Termina la pieza, los asistentes aplauden encantados y retoman sus conversaciones. Arguedas les agradece a sus amigos por la melodía ejecutada, habla con ellos un momento y luego se acerca a un grupo donde conversan su esposa Celia y Emilio Adolfo Westphalen. Muy cerca de ellos los veinteañeros Fernando de Szyszlo, Javier Sologuren y Jorge Eduardo Eielson discuten sobre Vallejo. La peña, como todas las noches, está animada y los temas fluyen entre política, literatura, arte y el Perú que en ese momento están soñando. Más tarde, seguramente, alguien le pedirá a Arguedas que cante una canción en quechua.

De pie, en una sala de exposiciones, imagino que así puede haber sido una noche de tantas en aquella época. La muestra trata sobre la relación de José María Arguedas con el arte popular desde el legendario centro de reunión que fue la peña Pancho Fierro de las hermanas Bustamante. Era un lugar obligatorio por el que debía pasar cualquier intelectual o artista que se considerara importante. Ahí nacieron muchas amistades de las letras peruanas, y ahí Arguedas pudo hacerles conocer el mundo andino contemporáneo del que no tenían la menor noción. Se trataba también, de una u otra manera, de crear los ya mencionados filtros conductores, pero en este caso con el arte y la música. Aquel impulso por acercar las representaciones del Ande a la ciudad letrada era compartido con su esposa y cuñada, intuyendo que el único camino posible era la integración, en todas sus formas, de la cultura segregada.

En Quilca, a ritmo de hip hop, la noche veraniega se refresca con cervezas heladas. La letra que se escucha alude a la corrupción en el gobierno y a la resistencia de los pueblos. Termina la canción y se oye un enérgico “Causachum, taita Arguedas”. Desde la tarde, la calle se ha convertido en el espacio y escenario para expresar visiones, dar a conocer ideas y compartir arte. Se conmemora un año más de la fundación de Lima, y se celebran los cien años del natalicio de José María Arguedas, en un evento cuya esencia consiste en la armónica representación de manifestaciones plurales y heterogéneas. Aquí hablan las personas, los sonidos y las paredes. Se refieren a preocupaciones acerca de la ciudad, a la multiculturalidad del país, colocan un signo de interrogación sobre la nación peruana y representan a personajes urbanos, andinos y amazónicos. Desde los muros, Arguedas observa en silencio a los asistentes: organizadores, artistas, espectadores y borrachines del barrio, entre quienes hay personas interesadas y preocupadas por descentralizar el arte y la cultura, por crear una conciencia colectiva que integre a todos los sectores de la sociedad en una atmósfera de tolerancia y respeto. Si antes el propósito era integrar a la cultura andina dentro del imaginario nacional, ahora se intenta hacer lo mismo con los pueblos amazónicos –tanto tiempo relegados al plano de lo exótico– especialmente después de la tragedia acaecida en Bagua en el 2009. Esta noche para la gente Arguedas es diálogo, difusión, compromiso y un mismo sueño compartido.

Mientras la 10 avanza por calles antiguamente señoriales, pienso en algunas de las cosas que Arguedas no alcanzó a ver: la expropiación a los hacendados en la Reforma Agraria, los años de terrorismo, el crecimiento de los conos de la capital y fenómenos populares masivos como el culto a Sarita Colonia y la música de “Papá Chacalón”, como lo llamó alegremente el cobrador de la combi anterior al escuchar que íbamos hasta El Ángel, recordando que ahí se encuentra el ídolo de la chicha por antonomasia.

Cuando Arguedas fue trasladado en el 2004 a su natal Andahuaylas –su voluntad había sido ser enterrado ahí– la población lo recibió multitudinariamente, como a un héroe cultural. Dicen que todos los habitantes desfilaron frente a su ataúd, que los jóvenes le dedicaron bailes y los colegiales le recitaron versos. Ahora descansa al pie de su monumento y espera sin prisa a que se materialice el proyecto del Museo de Artes Plásticas del Perú José María Arguedas. En El Ángel queda su tumba vacía; está en un jardín al pie del cuartel San Belisario. Su lápida es una sin ornamento, de concreto y piedra. Mientras la observo con un ramo de claveles rojos en la mano, un cuidador pasa y dice:
- Ahí no hay muertito.
- Igual hemos venido – le respondo – ¿Ha venido alguien más?
- El dieciocho sí. Vino un congresista con bastante gente. Han tocado el violín, han bailado con las tijeras. Bonito ha estado.

En el cementerio hay una tranquilidad silenciosa que reconforta. Parada frente a una tumba que podría ser de cualquiera, siento que para algunos recordar y rendir homenaje a Arguedas es importante, así como para otros no lo es tanto. Porque la inclusión de las culturas indígenas, el respeto a sus lenguas, a su espacio y a sus costumbres es, para ciertas personas, tarea que realizar en el país, pero para ciertas otras no. Pensar en Arguedas remite a un tema de identidad, delicado y espinoso para la mayoría. Me inclino sobre la lápida para leerla. Tallada en el concreto hay una frase en quechua: Kaipiraqmi kachkani. “Aún estoy aquí”.

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