Procedo a pegar el artículo de León Trahtemberg publicado en el diario Correo de hoy
sobre la malsana competencia entre los alumnos de primaria:
"Mientras antes, peor"
LIMA | A veces el sentido común del quehacer cotidiano en una economía de mercado no es el más inteligente ni acertado de los sentidos cuando se lo quiere aplicar en ámbitos no empresariales o comerciales, como lo es el educativo.
Por ejemplo: el sentido común empresarial podría decir: "Mientras antes los alumnos aprendan a leer y escribir, tanto mejor. Tendrán ventajas". Y a partir de ello elegir centros de educación inicial que presionen a los niños para que aprendan a leer y escribir a los 5 años o antes, cuando una buena parte de ellos no están maduros para disfrutar de ese aprendizaje. Quizá aprenderán "a la fuerza", pero con el paso de los años los padres se preguntarán: "¿Por qué nuestros hijos no leen espontáneamente?", "¿por qué no disfrutan de la escolaridad?". Y quizá entonces se preguntarán si haber aprendido a leer y escribir bajo presión, tortuosamente, llevó a sus hijos a disfrutar de los aprendizajes escolares posteriores, y si los problemas de motivación, conducta o rechazo total a áreas como matemáticas no tienen que ver con esas huellas del apresuramiento grabadas en la primaria.
Otro ejemplo: el sentido común empresarial nos dice que en un mundo competitivo es bueno que los alumnos aprendan a competir desde pequeños. Inspirados en ello, los profesores de primaria hacen competir a los alumnos en las clases de matemáticas para ver "quién calcula más rápido" o en las clases de lenguaje para ver "quién lee más y más rápido". La economía de mercado enseña que la competencia es buena porque crea una tensión por mejorar entre los competidores. Pero la economía pedagógica dice que no hay peor incentivo para un estudiante débil que hacerlo pasar por la vergüenza continua de ser el eterno perdedor. Porque desde antes de las competencias los profesores ya saben quiénes ganarán y quiénes perderán. Eso sólo alimenta la soberbia de los ganadores y debilita la autoestima de los perdedores.
En la economía de mercado, el perdedor sale del mercado. En la economía educativa, ¿queremos que el perdedor salga de la escuela, de la comunidad, que sea un resentido crónico?
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